domingo, 15 de abril de 2018

Siria y la Geopolítica

Siria constituye un enclave estratégico en lo que los occidentales denominamos Oriente Medio. Al norte bordea con Turquía, al este con Irak, al sur con Jordania e Israel y al oeste con Líbano. En segunda línea, a solo unos cientos de kilómetros, tiene a Irán, Arabia Saudí y Egipto. Siria, por lo tanto, está en el centro neurálgico de una de las zonas del mundo con mayor valor geopolítico.


Este país es también un cruce de caminos, un entramado de culturas, religiones y lenguas. En la antigüedad, fertilizada por el contacto entre Mesopotamia y Egipto, surgió aquí una civilización refinada y poderosa. Sin embargo, al situarse en el corredor costero entre ambas quedó condenada a ser invadida constantemente por cada expansión de los imperios de la zona.

Cada flujo y reflujo de los imperios enriquecían las artes, la cultura, dejaban en herencia nuevas lenguas y religiones. Esa característica de ser cruce de caminos la han convertido en un verdadero crisol. En nuestros días, la mayor parte de la población es islámica, con una amplia mayoría suní, aunque también existen drusos, chiíes, cristianos ortodoxos, maronitas… La pluralidad se traduce también en multitud de lenguas: árabe, kurdo, armenio, arameo, turcomano… Esta misma pluralidad ha convertido a Siria en un país muy complejo pero, a la vez, bastante tolerante.

Siria es parte de la historia tanto de Oriente como de Occidente, del Mediterráneo y del Índico, de Europa tanto como de Asia y de África. Merece la pena recordar la importancia de este país, tantas veces olvidado en nuestros libros escolares. Sin irnos más atrás, Siria debe ser tenida en cuenta por su papel histórico en la creación de la principal ruta comercial y de comunicación del mundo: la Ruta de la Seda. A partir de su incorporación al Imperio romano en el año 64 a.C., pronto se dieron los factores que hicieron posible comenzar el comercio entre Roma y China. De China e India comenzaron a llegar al Mediterráneo las sedas, el refinamiento de las civilizaciones orientales, nuevas religiones y lenguas. De Damasco y Aleppo, estos días constantemente en los informativos, partían las caravanas cargadas con el oro y la plata del Mediterráneo hacia el corazón de Asia.
El valor económico y geopolítico de la zona aumentó con esta conexión mercantil con China e India. Los europeos no fueron ajenos a ello y las cruzadas son un buen ejemplo de un doble interés económico-religioso. Incluso cuando los europeos fueron expulsados de la zona, estos mantuvieron lazos comerciales con los puertos sirio-libaneses, puerta de entrada a Asia.

Fruto de este interés, en 1841 y 1860, con la excusa de defender a los cristianos maronitas, Francia desembarcó en las cercanas costas de Líbano. El hecho de que en 1860 los conflictos fuesen fundamentalmente entre cristianos obliga a buscar otra razón. Probablemente fuese más acertado señalar que los maronitas habían desarrollado una importante industria de la seda, de gran valor para Francia. Seda, la maravillosa novela de Alessandro Baricco, nos recuerda la poco conocida importancia de la industria de la seda en el comercio francés. Esos lazos entre franceses y cristianos maronitas fueron usados para consolidar la presencia francesa en la zona. Francia no se conformaba con Líbano y siempre reclamó su derecho a influir también en Siria. Este derecho le fue reconocido por los británicos en 1916, lo que provocó la inmediata reacción de árabes y turcos. Los turcos siguieron dominando Siria hasta que en 1918 los británicos los expulsaron.

Franceses y británicos dividieron a su antojo la zona en esferas de influencia, engañaron a los árabes, mintieron a los sirios ofreciéndoles la independencia, trataron de dividir a las distintas comunidades avivando sus diferencias religiosas, culturales y étnicas. Nada nuevo, por otro lado, ya que todos los imperios se han construido sobre la base del divide et impera: divide y vencerás. Los franceses se fueron, finalmente, en 1946, tras la Segunda Guerra Mundial.

En 1949, después de una revolución, Siria estaba discutiendo la posibilidad de que todos los países árabes se unieran cuando otra revolución sumió al país en un caos de golpes militares e inestabilidad. En 1973, se aprobó la constitución que define a Siria como una república democrática, popular y socialista, basada en el socialismo árabe de la época. A pesar de estos principios, el partido Baaz sirvió de soporte a una dinastía iniciada por Hafez al-Assad, el padre del actual presidente Bashar al-Assad, y continuada por este. Este socialismo dinástico es lo que quiere derribar la mayor parte de la oposición siria.

Entre las fuerzas de oposición hay un cierto consenso acerca de los principios que deberían inspirar al nuevo régimen: elecciones libres, valores democráticos aunque matizados por la cultura propia, ampliación de derechos y el mantenimiento de una cierta distancia entre la política y la religión. También se asume que deben crearse nuevas reglas de juego entre las distintas confesiones que dividen el país y entre las principales etnias.

La mayoría suní siria no se siente muy representada por al-Assad, más vinculado a la rama chií. A su vez, esto crea lazos de amistad del régimen con algunos gobiernos vecinos y enemistad con otros. Por ejemplo, la monarquía de Arabia Saudí se está mostrando muy activa contra el régimen sirio y favorable a los opositores. Es un hecho sorprendente, ya que la monarquía absoluta saudí no había apoyado hasta ahora a los movimientos opositores y revolucionarios de Túnez o Egipto por el miedo al contagio en su propio territorio. Incluso fue decisiva su ayuda para terminar con la revolución en Bahréin. Esto muestra la existencia de diversas dimensiones en estos conflictos.

Por otro lado, Al Qaeda y diversos grupos islamistas radicales tratan de influir en los acontecimientos y se ha detectado que ya han entrado en Siria varios miles de guerrilleros con experiencia en combate en Egipto, Libia y otros lugares. Estas fuerzas radicales, entrenadas y armadas, intentan liderar el curso del cambio en Siria, lo que enfurece a la oposición política, que no está interesada en provocar una guerra civil que destroce el país. Simultáneamente, varios miles de milicianos iraquís se preparan para entrar en Siria en defensa de sus hermanos sunís.

Tampoco hay que olvidar que Siria es un importante productor de petróleo, y que obtiene importantes ingresos por los derechos de paso de diversos oleoductos por su territorio. En este sentido, Siria es un importante centro distribuidor del petróleo de la zona. Esto crea diversos intereses geoestratégicos fuera de la órbita puramente árabe. Y explica que las grandes potencias se hayan ido posicionando con bastante claridad.

EE.UU. y la Unión Europea han liderado la respuesta diplomática en las Naciones Unidas, consensuando una propuesta de sanciones contra el régimen sirio para obligarle a que detenga la represión. Sin embargo, Rusia y China han vetado en el Consejo de Seguridad esta medida, creando una crisis política que trasciende a la región de Oriente Medio. India, aprovechando la oportunidad, se ha acercado a Irán para intentar mejorar su siempre precario suministro de petróleo.
Los países árabes, al ver que las medidas diplomáticas han sido desbaratadas por China y Rusia, se preparan para lo peor y han comenzado a hacer movimientos para armar a la oposición siria. Sin embargo, Rusia también se prepara para armar al régimen de al-Assad. La escalada amenaza con desencadenar un conflicto largo y muy duro para la población siria si nadie lo remedia antes.



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